2.2. Rita Segato: Contra pedagogías de la crueldad
Rita Segato nació en Buenos Aires, Argentina, en donde también realizó estudios de Antropología, que luego profundizó en niveles de Máster y Doctorado en la Universidad Queen’s de Belfast. Es reconocida por sus aportaciones al estudio de las violencias de genero y otras investigaciones. En relación al tema de la justicia social en educación, resulta interesante las ideas contenidas en su libro titulado Pedagogías de la crueldad, en donde profundiza en los procesos de enseñanza de la trasnmutación de lo vivo y su vitalidad en las cosas. Esto puede interpretarse como una indagación en la reproducción de la injusticia social y la violencia.
Las pedagogías de la crueldad reproducen la violencia y la injusticia social
Según Segato, las pedagogías de la crueldad “enseñan algo que va mucho más allá del matar, enseñan a matar de una muerte desritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto”. Para la antropóloga, resulta clave indagar en los procesos pedagógicos que reproducen la violencia pues esta tiene efectos devastadores y destructivos en toda sociedad:
La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisista y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros.
Las pedagogías de la crueldad y sus relaciones con la masculinidad
En su análisis sobres las estructuras de la violencia, Segato plantea que las pedagogías de la crueldad colaboran en la amplificación de la violencia capitalista y colonizadora hacia nuevos territorios, como las culturas indígenas o las pandillas. En este marco, al violencia se representa como un acto de punición y moralización de las víctimas.
En esta línea, las masculinidad estaría narrando y legitimando su violencia moralizadora contra sus víctimas, todos aquellos que desafían el patriarcado, construyendo una relación que opera en un eje vertical que espectaculariza y un eje horizontal que comunica la violencia a los otros mediante relatos. De esta forma opera una doctrina basado en el mandato de la masculinidad que puede observarse en la cultura militar:
Esa “formación” del hombre, que lo conduce a una estructura de la personalidad de tipo psicopático —en el sentido de instalar una capacidad vincular muy limitada— está fuertemente asociada y fácilmente se transpone a la formación militar: mostrar y demostrar que se tiene “la piel gruesa”, encallecida, desensitizada, que se ha sido capaz de abolir dentro de sí la vulnerabilidad que llamamos compasión y, por lo tanto, que se es capaz de cometer actos crueles con muy baja sensibilidad a sus efectos. Todo esto forma parte de la historia de la masculinidad, que es también la historia viva del soldado.
En este relato, las contra-pedagogías de la crueldad serían aquellas propuestas orientadas a deconstruir y liberarnos del mandato de la masculinidad, una pedagogía contra el poder patriarcal, esta pedagogía se inspira en el pensamiento y experiencia feminista decolonial, en la acción comunitaria, en la compasión ante el dolor ajeno:
[…] la primera víctima del mandato de masculinidad son los mismos hombres, que hay una violencia de género que es intra-género —hoy hablamos de bullying—, y que la violencia contra las mujeres se deriva de la violencia entre hombres, de las formas de coacción que sufren para que no se esquiven —a riesgo de perder su título de participación en el estatus masculino, confundido atávicamente con la propia participación en el estatus de la humanidad— de la lealtad a la corporación, a su mandato, a su estructura jerárquica, a su repertorio de exigencias y probaciones, y a la emulación de una modelización de lo masculino encarnada por sus miembros paradigmáticos. Esto lleva a pensar que los hombres deben entrar en las luchas contra el patriarcado, pero que no deben hacerlo por nosotras y para protegernos del sufrimiento que la violencia de género nos inflige, sino por ellos mismos, para liberarse del mandato de la masculinidad, que los lleva a la muerte prematura en muchos casos y a una dolorosa secuencia de probaciones de por vida.